Panorámica

Panorámica
ARRABALDE (Zamora) ---- Panorámica artística de la villa desde la vega.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Días raíces


Escucho entre la niebla el polvo de las horas;
su sonido me llama, allá de los plantíos,
llega desde las hondas cataratas
con que el tiempo renace. Veo
cómo con su crecida imperceptible
las fuentes de la luz colman el orto
de savia, de alimento, de memoria.

Nada ahora se ciñe a su peso o medida.
Diafanidad y lentitud están trazando
el límite matriz del horizonte, la inconsútil
ribera boreal del territorio. Aquí
es abundante el fruto, y limpio el limo;
la desnudez del agua en la quietud
alumbra, como un himno, lo visible.

Y vierte la inocencia un manantial:
el granero de un vivir no suplantado.
Fluyen hombres y reses, fluyen
hacia la mansedumbre con su alud de cantos
al otro lado de la ausencia y del silencio.
Es el frutal en llamas de la desposesión.
Es la hondura del cénit de los días raíces.

martes, 6 de diciembre de 2016

Vegas del Eria


Vegas del Eria, por tus surcos entro
al claro que conduce a un orto ardido,
la transparencia del floral latido
donde un ascua se erige como centro.

Oigo en tus sembraduras, muy adentro,
un oferente fruto inmerecido:
la llamada solar de un lapso ungido
al cénit rumoroso del encuentro.

¡Oh tierra en que mi ayer amanecía,
con cuánta luz desde la lejanía
crece en el corazón tu alible calma!

¡Con qué gozosa eternidad se cruza
en feliz e impaciente escaramuza
hoy el recuerdo con la voz del alma!

jueves, 17 de noviembre de 2016

Las aves...


Tejiendo están los pájaros
el cáliz del fulgor que queda al día.
Me adentro en este cáliz. Mas las aves
no habitan en la luz, viven la luz, la crean.
Como crean el aire con su vuelo.
Hoy los pájaros
sobrevuelan un orden, su camino
va más allá del vuelo de los pájaros.
¿De dónde, si no,
los ardidos acordes de esta música,
la orfebrería de estas horas de plenitud celeste
ante un sol fugitivo? Porque
hoy las aves que fueron
han venido de lejos
a llenar mi mirada en estos pájaros.

Ah misterio del vuelo desde el dolor del aire.
Con qué belleza asisto a su súbita muerte.

Áfono canto


Aquel tiempo fluía a mi favor
y yo lo consumía, en su abundancia,
como parte de mí. Todo era nuevo
y todo uno.
Y el mundo echó a rodar
y con él este tren de niebla donde ahora
voy preguntándome por qué me desconocen
tantas sombras sin rostro y se me borran,
por qué se ha vuelto el tiempo hostil, por qué me ciega
la luz que nunca había herido el ojo
y oscureció aquel día
en que se encaramó a mi voz el mirlo
que prorrumpió en el aire, gutural,
y que ondulaba,
tardes atrás, en vuelo sobre el agua,
los pliegues en la falda de cristal
—por su vientre extendida— de la alberca.

Amanece


Amanece y el cielo azul consuma
la pleamar del aire.
Vuelve a avivar la urdimbre de la vida
el alegre entramado de los pájaros.
Han vuelto a mí
como el naciente sol a un huerto umbrío
a traerme en la voz de aquellos días
un varado fulgor de olor antiguo,
el calor de unas brasas consumidas.
¿Y es esa luz que llega agonizante
cuanto cabe esperar
poder tocar para salvarse
antes del orto en que se agolpa el tiempo?

Amanece y ya el alba es fugitiva.
Como carne de flor me entrego al aire.
No tornaré jamás. Acaso un día
amanezca también en otros pájaros
este incendio fugaz, este vaivén furtivo
de alas efímeras ardiendo.

domingo, 16 de octubre de 2016

Tierras madres


Heno y humo de jaras. Un latido
se despierta de pronto. Trae el viento
un olor a niñez y un movimiento
que me devuelve a un territorio ungido.

Cuanto hay en él se sabe no perdido;
aún incendia el alma con su aliento
los manantiales del advenimiento,
pues todo es boreal, nada es olvido.

Y habito el resplandor, renazco. Apenas
(alza el recuerdo torres donde mora)
se ha secado el venero de la vida.

Hablan las tierras madres por las venas.
Nunca he salido de su seno, ahora
sé que empezó mi vuelta en la partida.

jueves, 28 de julio de 2016

Mediodía


Está sereno el sol y el mediodía
ofrece a mi ventana el aire fresco
de unos niños que juegan en la plaza.
Y sus voces alcanzan
el sol de aquella calle, y apaciento
con mis ojos de niño los rebaños
perdidos por los valles de mis días ausentes.
Y palpo el oro nuevo de los trigos maduros
y aún, desde el silencio aquel que entonces
cabía entero en el asombro
de las hebras de luz asidas con mis dedos,
hubiera recobrado la borrada
música de las voces que me amaban,
si no es por este aciago
bullicio de metal que se levanta, por
este dolor de la memoria herida,
el desandar de este desierto
que entrega, lentamente, bajo el sol
mis ojos al asfalto de una plaza vacía.

jueves, 14 de julio de 2016

Luz no suplantada


La luz se incendia por el aire y dora
su fuego las almenas de los árboles.
Yo estoy a contraluz, el ojo hendido
por los angostos rápidos del tiempo.
La llamada es de lejos. Arde nueva
la luz no suplantada,
la abierta llamarada en la mañana
de aquella tarde, atrás,
sobre la viva algarabía de cristales
con que estrenaba el mundo
nácar en los botones,
zapatos de charol entre los pájaros.
Reverdece la luz y, ciego, veo
a ese niño que juega a los reflejos
y embebido en fulgor a tientas mira
con la cada borrada.

miércoles, 13 de julio de 2016

Arrabalde


Atalaya del Eria de alma austera,
bastión en reciedumbre del camino,
templo de El Salvador y peregrino
del Cristo de San Juan en la ribera.

Por santa Bárbara la fe, y arriera
sublimación de arcilla en vega y vino
que, como un manantial de lo divino,
desde Carpurias en solaz fluyera.

Oye la sangre ayer por las alturas
–ya en Las Labradas sólo luz rocosa–,
cómo ilumina con su canto el mundo.

¡Alza, Arrabalde, de tu voz a oscuras
y escribe a fuego y mano laboriosa
la gesta hoy de tu latir profundo!

A pleno sol


Hay un lugar con un clamor profundo
de tierra que me llama, y un lindero
por donde aboco a oscuras a un venero
de pájaros ardidos, vagabundo.

Late un seno de luz, aún fecundo,
que me reclama a su fulgor primero:
lábil mirar aquel sobre el albero
amanecido a quien despierta al mundo.

Hoy vuelve a ser memoria la bandera
de su fértil llamada en la ribera
donde la vida es voz de lo vivido.

Hoy detrás del recuerdo se entrecruza
en límpida y alible escaramuza
su llama manantial contra el olvido.

Tiempo detenido


Como una aparición en la tormenta
del asfalto del hoy, a las afueras,
amasando quietud sobre las eras,
sueña el azul y la humildad aventa.

En velos familiares se acrecienta
el tiempo detenido en las riberas
de la niñez del pan, las sementeras
donde bebe la parva soñolienta.

Aunque el humo se espesa por la brega
y la ausencia fabula el desacuerdo,
hoy, bajel de gavillas maniatado,

sobre el sudor del trigo de la siega,
entre el polvo amarillo del recuerdo
tiembla un olor recién resucitado.

Apunte rural


Qué extraña y, a la vez, qué mía
toda esta tierra que me acoge ahora,
en la paz que ahora toco
al sol en fuga de la tarde:
los linderos de adobe de los huertos,
el abrazo inconsútil del silencio,
las brasas del manzano, los arados
que embocan la arboleda al fondo de la ermita
el olor en sazón de los sardones...
Y yo, erguido, anudado a mi sombra
que se alarga en el tiempo derramada
y que no llega, sin embargo, a dar conmigo.

El último enclave


Arde un reducto todavía, acaso
un reino aún, al que volver, si enciende
el orto la memoria y nos asciende
como una emanación sobre su paso.

Fluye una tierra germinal, al raso,
que aún nos llama en sangre y luz, y prende
feraz el corazón que se suspende
pleno de su latir bajo el ocaso.

Que el viejo olor del heno en polvo y oro,
los dones de la vida compartidos
y aquel confín sin tiempo de la calma…

traen un eco de azahar sonoro,
y se enarbolan otra vez henchidos
y ungen con su niñez de nuevo el alma.

Mansedumbre arada


Rasga el párpado el sol y, aún doliente,
perfilan amarillos la alameda
de mansedumbre arada y la vereda
que se entrega al silencio confidente.

En tanta soledad, secretamente,
como un furtivo insomne de la veda
me asomo a la quietud por ver si queda
simiente entre despojos de simiente.

Sobre estos surcos, llagas de coyunda
que en el sudor amasa la costumbre,
destila el tiempo puro reciedumbre.

Aquí, donde la savia fue fecunda,
por estos surcos vago estremecido,
sombra de mi fanal, sobre el olvido.

Claroscuro


He vuelto aún a las afueras
por el viejo camino que conduce
al sueño entrecortado de los álamos,
el rudo mirador de piedra y viento
de un reino que se aleja sobre el mundo.
Abajo,intemporal,
hay un claro de luz de voz desnuda
que nace en la inocencia de los días
e incendia el abandono del roquedo.
Esta es la estancia donde el sol reposa.
Aquí se entrega el tiempo al silencioso
himno del aire azul, el perdurable.
Yo sé de este lugar. En él me pierdo
como lo hace el sauce bajo el húmedo
llanto arbolado de la niebla. Aquí,
agostada sobre esta mansedumbre
de lino y de zarzales, hila en oro
la memoria su voz desesperada.

Luz rasante


Al coronar Carpurias, la angostura
que vela entre sardones la llamada.
Voz del recinto en ascua agazapada
tras el mástil secreto de la altura.

–Vives –dijiste– viendo la espesura
mirarte desde El Castro restañada.
(Yacía un ave oculta en la enramada
de un pasado feliz, temblando pura).

–Vives– sonaron ecos de azahares
de tomillo y de jara. Por mi mano,
mariposas en nave de esperanza,

bogaron viejos sueños familiares
del alma del quiñón.
                                 Y urgió el verano,
con sus dedos de rueca, la mudanza.

Peña la Pipa


Alza los ojos y desciende tú
desde Caburio, el pájaro sangriento
cuya savia has bebido de La Peña;
baja y trae contigo
el último rescoldo del ocaso
que enfila las almenas del adobe
y emboca el pedernal.
                                   Al fondo de la cueva
aparta las pulismas del sarmiento,
y bebe sangre ungida ahora,
para olvidar el fondo oscuro de los cuévanos.
Para alumbrar los signos.
Para saciar –con vino hirviente y dones
delo Eria – el humo
con que se aduerme el tiempo.

Savias de vid


Tendida entre las brasas del verano,
la agonía del trigo. Cobre y oro,
mansedumbre de tierra, dócil coro
de sangre seca que madura el grano.

Y tú, entre tanta muerte, soberano
de este silencio de fulgor sonoro,
errante de otra luz que fue tesoro
en la trastienda de un solar lejano.

En la desposesión de ti, la sombra
vierte escarcha en los surcos del destino,
un trigal donde el tiempo se endurece.

Mas tu pecho, ya espiga, desescombra
savias de vid y en aluvión marino
sueña el amanecer y reverdece.

La niñez del verde


Apenas queda sed en los tendales
de un verano ya muerto. El griterío
de la niñez del verde baja al río
a lavar la memoria de cristales.

Los álamos del tiempo hacen señales
con pañuelos de fronda, graderío
de luz encaramada al desafío
de la yedra que nubla los tapiales.

En surcos los silencios desperezan
polvaredas del barro. Tras las eras,
mientras, veladas cúpulas de calma,

los humos blancos de la aldea rezan,
la soledad arrasa las banderas
-malva y gris- de los páramos del alma.

Preludio en el tiempo


Y fue de la encomienda verde hiniesta
su preludio en el tiempo, voz y llama.
Voz en el alba, luz por donde enrama
este Arrabal de honor su humilde gesta.

Un latido de cima –roca enhiesta–
su dignidad revela y la proclama
por la vega ancestral y la derrama
sobre almenas de adobe tras la cuesta.

El pasado se aleja en mansedumbre
con su jarra en la mano de labriego
y la tija que aferra el recio músculo.

Y en cuevas del canchal codician lumbre
dones del Eria hirvientes sobre un fuego
ungido por las brasas del crepúsculo.

(Que allí, locuaces, al candil, crepitan
sueños y andanzas, penas que se espitan).

Memoria de los signos


Bajo un fulgor purísimo
los cánticos del aire en roca viva
enarbolan el sol desde las lastras
contra el trémolo verde
de la ladera de Carpurias.
Acá, los viejos prados
embocan el enclave del Barrero,
que escucha cómo el Reguerón
habla a la Peña tras los castañales.

Hacia el rumor, a popa
de los peldaños de la altura, los vaivenes
del viento van hendiendo los velámenes
de la nave que busca
el resplandor primero del asombro,
que es a a un tiempo
renacimiento y purificación.
Por la angostura,
entre portones de las cárcavas
donde la luz se adensa perdurable,
un cincel invisible esculpe el templo
del arte del azar sellado en piedra,
el sueño de la roca,
la filigrana de los signos.
Es el rostro del tiempo detenido,
la mañana del cuerpo,
el azul manantial donde remansa
la audacia del deseo.
                                      El alto julio
alza un mojón como un rubor de infancia;
allí se yergue el alma
como vértice ardido sobre el frágil
terrizo de las casas de Arrabalde en la hondura,
como huésped del aire en el ingrávido
abandono de mar de un ave en vuelo.

Anegadas de luz, contra el olvido,
en el lienzo inconsútil de la tarde,
pétreas almenas, mástiles,
memoria de memoria en el camino
de un viajero estival por los vencidos
centinelas del rumbo
bajo el rumor del viento de la vida.